Esa temprana mañana del 19 de octubre de 1925, las personas que atravesaban la Plaza 1º de Mayo en Paraná percibieron algo extraño. Por unas milésimas de segundos algo oscuro se cruzó por delante del sol. Más de uno tuvo una rara sensación, como si hubiera sido un pestañeo del cielo. Algunos volvieron a mirar, creyendo que se trataba de un ave o una nube pasajera. Pero no vieron nada.

El brigadier Rubén Di Bello (R) fue el gobernante de la última dictadura que más personal policial expulsó del Estado entrerriano; el que más estatales jubiló y cesanteó sin sumario previo, en poco más de dos años de mandato y el período en el que se produjeron más detenciones ilegales, desapariciones y crímenes, según pudo determinar ANALISIS. Antes de ser desplazado inventó una empresa y se hizo dar la exclusividad de ser el proveedor de combustible de YPF, en la Segunda Brigada Aérea, el aeropuerto de Paraná y Sauce Viejo, lo que llevó adelante hasta el 2007. Di Bello nunca habló ni dio explicaciones de lo sucedido durante su mandato. Las causas judiciales tramitadas en Paraná nunca lo rozaron y solamente lo citaron en el Juzgado Federal de Concepción del Uruguay. Mientras tanto, sigue caminando por las calles de la capital entrerriana como si nada hubiera sucedido.

Que un centro clandestino de tortura haya funcionado en un establecimiento escolar no parece que fuera un absurdo de la reciente historia argentina. No lo es tanto como que hoy día esos lugares que fueron usados para prácticas siniestras formen parte cotidiana del escenario urbano que transitamos apacibles, como incluso una galería de arte del Estado. En Paraná no ha sido sistematizado aún lo que fuera el circuito represivo de la última dictadura militar, pero testimonios de los sobrevivientes, algunos aportados a la Justicia, comienzan a echar luz sobre los edificios públicos utilizados para el secuestro y los tormentos que aún se conservan casi anónimamente.